Conversando con un vecinito de unos 7 años, me di cuenta que podría aprender a jugar ajedrez. Le pidió permiso a su papá, su mamá le prestó dos pisos para sentarnos y yo bajé con mi tablero de ajedrez.
Él me sorprendió con su gran capacidad para aprender. Al terminar, le comenté que todavía hay mucho más para aprender, ante lo cual me preguntó: ¿Usted es mi maestro?. Le respondí que sí, me despedí, y él me dijo “Chao, maestro”.